Nadie pone en duda que “lo ecológico” está de moda. La superficie en los países de nuestro entorno crece año tras año, acercándose ya, en nuestro país a los 2 millones de hectáreas. Este tipo de producción está favoreciendo la fijación del tejido social en el medio rural, permitiendo que muchos agricultores puedan mantener su actividad de forma rentable. Incluso anima a un gran número de jóvenes agricultores a permanecer en sus zonas de origen. Aunque constantemente se pone de manifiesto la cuestión que hace referencia a si la agricultura ecológica puede alimentar a un planeta superpoblado no se trata sólo de cambiar el sistema productivo. Está claro que se necesita un cambio de modelo en el que se plantee una mayor concienciación de la sociedad para evitar el despilfarro de los alimentos.
También se achaca a la producción ecológica una menor productividad, pero se ha demostrado que en determinadas condiciones como en las zonas de secano la agricultura ecológica puede ser tan productiva como la convencional.
Aunque uno de los argumentos que se arguyen contra la agricultura ecológica es la necesidad de más tierras, y por tanto la posibilidad de fomentar la deforestación, nada más lejos de la realidad. Según recoge Tara Garnett del Food Climate Research Network (Red para la Investigación Alimentación Clima), en el informe “¿En qué consiste una dieta saludable sostenible?”, existe consenso en aceptar que para evitar los impactos sobre el cambio climático de la producción agraria y la deforestación, es necesario reducir el consumo de productos cárnicos en los países más desarrollados y que éstos fueran procedentes de animales que se hayan alimentado a base de pastos naturales y de aprovechar los residuos de la producción agraria. ¿Y no es la carne ecológica la única que actualmente garantiza que se cumpla este requisito?
Menor huella ecológica
La agricultura juega un importante papel en las emisiones dañinas para el planeta. Se calcula que la alimentación es la responsable de la mitad de las emisiones de gases con efecto invernadero, si tenemos en cuenta todos los factores involucrados en los procesos productivos (producción agrícola y ganadera, deforestación, transporte y conservación de alimentos, procesado y embalaje de los mismos y todos los desperdicios que se generan). La agricultura ecológica es más eficiente en la captura de carbono al aumentar los contenidos de materia orgánica en el suelo, por lo que es un sistema de producción válido en la lucha contra el cambio climático tal como apuntaba el dosier editado por la Sociedad Española de Agricultura Ecológica en 2007. Por el contrario, según un estudio publicado en el African Journal of Biotechnology, el uso de herbicidas disminuye el contenido de materia orgánica de los suelos y por tanto perjudica su papel como almacén de carbono. El efecto es mayor en el caso específico del glifosato, herbicida ampliamente utilizado en los cultivos transgénicos desarrollados para ser resistentes a su aplicación, los cuales representaban en 2015 un 53% del total de cultivos transgénicos en el mundo según un informe del Servicio Internacional de Adquisición de Aplicaciones de Biotecnología Agrícola (ISAAA).
La deforestación para obtener suelo cultivable es otra de las causas que inciden en el cambio climático. Un estudio llevado a cabo por la Universidad de Wageningen y por investigadores de Canadá sobre las causas de la deforestación en el mundo concluyó que la agricultura es una de las principales actividades y que los cultivos comerciales como la soja, utilizada básicamente para alimentación ganadera, son uno de los mayores responsables.
Otro factor importante es el coste energético de los productos fitosanitarios y los abonos químicos para cuya síntesis se necesitan grandes cantidades de energía y comportan una importante emisión de CO2. Según el IDAE (Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía), dependiente del Ministerio de Energía, la producción de fertilizantes químicos es el segundo responsable del consumo energético en la agricultura a nivel mundial. En determinados cultivos convencionales como el trigo, los fertilizantes químicos, especialmente los nitrogenados, pueden suponer un 60% del gasto energético, muy por encima de las labores agrícolas. Por ello el propio IDAE propone prácticas habituales de la agricultura ecológica, como las rotaciones con leguminosas o el uso de abonos orgánicos, como medidas de ahorro energético en la agricultura.
Con el objetivo de reducir las emisiones de GEI (gases de efecto invernadero), la agricultura ecológica ofrece una alternativa viable. Un análisis detallado fue llevado a cabo en el Berea College Farm, una de las fincas experimentales y educativas más antiguas de Estados Unidos, durante el proceso de transición hacia la agricultura ecológica y la introducción de técnicas de mayor eficiencia energética. Entre 2007 y 2013 pudieron constatar la disminución en la emisión de GEIs sin que la productividad de la finca se viese afectada.
En nuestro país el equipo de la Universidad Pablo de Olavide formado por Eduardo Aguilera, Gloria Guzmán y Antonio Alonso estudiaron las diferencias en las emisiones de GEIs entre cultivos ecológicos y convencionales, encontrando una reducción media del 30% por kg producido en las producciones ecológicas en el caso de cultivos herbáceos. En el caso de cultivos leñosos como la fruta dulce, la viña o el olivo la reducción media ascendía hasta el 39% por Kg de producción explicada en su mayor parte por el secuestro de carbono en los suelos de los cultivos ecológicos.
Etiquetado y conciencia
La certificación ecológica no se basa en un listado de productos permitidos o prohibidos. El sistema de certificación ecológico, reglamentada por la UE desde 1991, implica la aplicación de una serie de principios en los que se reconoce el papel que este método productivo ha de desempeñar en la protección del medio ambiente, el bienestar animal y el desarrollo rural. El cumplimiento de los principios se garantiza por un seguimiento anual de las fincas por parte de inspectores.
La producción agropecuaria ecológica promueve el uso de variedades y razas autóctonas, más rústicas y resistentes para un mercado globalizado, pero normalmente con mejores condiciones organolépticas.
Aunque la certificación ecológica no especifica la huella de carbono de los alimentos, el sector de la alimentación ecológica está llevando a cabo una importante labor en la promoción del consumo de proximidad y en el establecimiento de nuevas formas de consumo basadas en canales cortos como las cooperativas de consumo o la compra en la propia finca.
Todo vale la pena también por la salud
Otro motivo por el que el consumidor elige productos ecológicos es la preocupación por la salud. Los trabajos de la Dra. Dolores Raigón de la Universidad Politécnica de Valencia llevan tiempo demostrando que los alimentos ecológicos tienen mayor calidad nutricional tal como se recoge en su publicación “Alimentos Ecológicos, Calidad y Salud”.
También hay que tener en cuenta la seguridad alimentaria. Una dieta ecológica implica una menor ingestión de residuos de pesticidas tal como demuestra un estudio publicado por el Environmental Health Perspectives, y la OMS ya está alertando de los riesgos para la salud que implica el contacto con productos químicos que tengan acción como disruptores endocrinos, muchos de ellos pesticidas y coadyuvantes utilizados en la agricultura convencional.
*Montse Escutia. Secretaria de la Asociación Vida Sana y vocal de la Junta Directiva de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica
Marta Moreno. Profesora de la Escuela de Ingenieros Agrónomos de Ciudad Real, Universidad de Castilla-La Mancha y vocal de la Junta Directiva de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica
Foto: Carmelo García Romero
Fuente: elpais.com